domingo, 29 de mayo de 2011

Actitudes en el ser humano ante los demás


Egoísmo e individualismo.
La palabra egoísmo proviene del griego ego, que significa yo, y representa esa inclinación natural del ser humano a pensar exclusivamente en sí mismo. La educación frena de alguna manera ese egoísmo natural enseñando a valorar al resto, que forma el entorno en que vivimos.

Egoísmo es el amor excesivo que uno se tiene a sí mismo anteponiendo los propios intereses a los de los demás. Se trata de un inmoderado amor a sí mismo, que hace a la persona ordenar todos sus actos hacia el bien propio, ignorando a los demás. El egoísmo no es más que el medio de convertirlo todo en utilidad.

Existen tres tipos de egoísmo:
• Darme el gusto de darme gusto. La medida del éxito de los egoístas consiste en saber cuánto pueden apartar para ellos, sólo piensan en sí mismos y viven para satisfacer sus gustos.
• Darme el placer de agradar a los demás. Este es el tipo de egoísmo más refinado: Servimos porque necesitamos que nos necesiten. Aquí el egoísmo está oculto, muy oculto, y por eso es más peligroso, porque llegamos a pensar que realmente somos maravillosos e indispensables y disfrazamos nuestra verdadera personalidad, realmente los actos se realizan falsamente simplemente para que los demás tenga la imagen de que somos perfectos.
• Hacer cosas para no sentirme mal. Es actuar por sentimiento de culpa. Este es el peor tipo de egoísmo.
 En este caso la caridad demostrada es realmente el amor propio disfrazado de altruismo. El egoísmo se manifiesta bajo apariencias de bondad, a lo que se le llama “la farsa de la caridad”.
El individualismo es la actitud que lleva a actuar y pensar de modo independiente, con respecto a los demás o frente a normas establecidas.
 Amor, altruismo y solidaridad.
Algunos idiomas, como el griego antiguo, distinguen entre los diferentes sentidos del amor mejor que en el español. Por ejemplo, en griego antiguo existen las palabras filia, eros, ágape y storge, las cuales significan amor entre amigos, amor romántico o sexual, amor incondicional y amor afectivo o familiar, respectivamente. Sin embargo, tanto en griego como en muchos otros idiomas, históricamente ha resultado muy difícil separar los significados de estas palabras totalmente, por lo que es posible encontrar la palabra agape (amor incondicional) siendo utilizada con el mismo significado que eros (amor sexual o romántico).
El amor se considera, en su ámbito más tradicional, como un conjunto de sentimientos que intensifican las relaciones interpersonales del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, desea el encuentro y unión con otro ser que le haga sentirse completo.

En cambio, para Erich Fromm el amor es un arte, y como tal una acción voluntaria que se emprende y se aprende, no una pasión que se impone contra la voluntad de quien lo vive. El amor es así, decisión, elección y actitud.
El amor es un estado mental que crece o decrece dependiendo de cómo se retroalimente ese sentimiento en la relación de los que componen el núcleo amoroso. La retroalimentación depende de factores que son más o menos conocidos, ya sea por el comportamiento de la persona amada, por sus atributos involuntarios o por las necesidades particulares de la persona que ama
(deseo sexual, necesidad de compañía, voluntad inconsciente de ascensión social, aspiración constante de completitud, etcétera).
En las relaciones del hombre con su medio, el amor puede significar una o más de una de las siguientes manifestaciones:
 El altruismo.
Puede definirse como «esmero y complacencia en el bien ajeno, aun a costa del propio, y por motivos puramente humanos». El altruismo es una actitud de servicio aceptada y querida de buen grado. El término altruismo lo forjó el filósofo Augusto Comte, padre del positivismo, a partir de
la palabra italiana altrui -el otro-, derivada del latín alter. La idea del filósofo fue aportar el término opuesto a egoísmo.
Aspectos que definen el altruismo:
• La simpatía se apoya sobre valores de bondad y caridad. El compromiso considera un acto que se sabe va a beneficiar más a otro que a sí mismo, implicando un sacrificio personal.

El compromiso se inscribe en una ética de la responsabilidad, porque se trata de actuar concretamente sobre el presente y sobre el futuro para proporcionar mayor bienestar al resto de la sociedad, implicando una inversión personal para el desarrollo de bienes comunes.
La solidaridad es definida como la capacidad que la persona tiene para actuar frente a la necesidad ajena para el bien de la comunidad.
La solidaridad, o caridad social, expresa una idea de unidad, cohesión, colaboración.
Se encuentra muy ligada al amor, y éste admite dos planos de consideración:
• Solidaridad-sentimiento. Tendencia humana a asociarse en busca de bienes comunes.
Es la inclinación a sentirse vinculados con otros, bien por motivos de semejanza, bien debido a intereses comunes. Incluye la tristeza cuando esas personas afines sufren un mal. Se trata de sentimientos buenos pero a veces inestables o de tipo superficial.
• Solidaridad-virtud. Es la determinación firme y perseverante de comprometerse por el bien común. Estamos ante un hábito o virtud, ante una decisión estable de colaborar con los demás. Con todos los hombres, pues realmente hay vinculación con todos, aunque uno no se sienta unido a algunos. Esta solidaridad-virtud es más firme e importante que la sentimental.
 El odio y la violencia.
El odio es un sentimiento de profunda antipatía, disgusto, aversión, enemistad o repulsión hacia una persona, cosa o fenómeno, así como el deseo de evitar, limitar o destruir a su objetivo; es lo contrario al amor. Si con el amor las familias, los pueblos, la humanidad entera puede encontrar entendimiento, armonía, progreso, unidad, y felicidad, con el odio sólo se cultivará destrucción, separación y guerra.
La violencia es un comportamiento deliberado que resulta o puede resultar en daños físicos o psicológicos a otros seres humanos, o más comúnmente a otros animales o cosas (vandalismo) y se le asocia, aunque no necesariamente, con la agresión, ya que también puede ser psicológica o emocional, a través de amenazas u ofensas. Por norma general se considera violenta a la persona irrazonable, que se niega a dialogar y se obstina en actuar pese a quien pese y caiga quien caiga. Suele ser de carácter dominantemente egoísta, sin ningún ejercicio de la empatía.
Existen varios tipos de violencia, incluyendo el abuso físico, el abuso psicológico y el abuso sexual. Sus causas pueden variar, dependiendo de diferentes condiciones como situaciones graves e insoportables en la vida del individuo, falta de responsabilidad de parte de sus padres, presión de grupo (común en las escuelas), el resultado de no poder distinguir entre la realidad y la fantasía después de ver televisión o jugar videojuegos, entre otras causas.
La violencia puede tener muchas expresiones y ser percibida de diversas maneras en los distintos países y entre las distintas culturas. Si bien no existe una definición universalmente adoptada de este término, la Organización Mundial de la Salud (OMS), ha propuesto la siguiente definición operativa de violencia:
“Uso deliberado de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona, un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastorno del desarrollo o privaciones”.

Los sentimientos se pueden definir como un fenómeno psíquico puramente subjetivo que afecta de una manera agradable o desagradable al sujeto; también son reacciones naturales que experimenta el ser humano ante alguna situación pasada, presente o que vaya a suceder.
Los sentimientos se clasifican en:
• Agradables. Cuando el individuo se experimenta: Alegre, esperanzado, entusiasmado, tranquilo, jubiloso, contento, agradecido, orgulloso, complacido, calmado, gratificado, maravillado, feliz, satisfecho, animado, seguro, relajado, etcétera.
• Desagradables. Cuando el individuo se experimenta: Triste, frustrado, asustado, desesperado, temeroso, preocupado, apenado, desilusionado, avergonzado, humillado, deprimido, molesto, celoso, solo, impaciente, etcétera.
Emociones se les denomina a aquellos sentimientos que producen una conmoción orgánica más o menos profunda y pasajera; es decir, cuando el sentimiento que se experimenta es de tal intensidad que no se puede ocultar, de tal manera que se refleja en la mímica del rostro, el gesto de todo el cuerpo, sudoración, aumento del ritmo cardiaco, el tono de la voz o el temblor de distintas partes del cuerpo, etcétera. Las emociones, reflejo de nuestros sentimientos, informan a los otros sobre nuestro estado de ánimo.
Existen seis categorías básicas de emociones:
• Miedo: Anticipación de una amenaza o peligro que produce ansiedad, incertidumbre, inseguridad.
• Sorpresa: Sobresalto, asombro, desconcierto. Es muy transitoria. Puede dar una aproximación cognitiva para saber qué pasa.
• Aversión: Disgusto, asco, solemos alejarnos del objeto que nos produce aversión.
• Ira: Rabia, enojo, resentimiento, furia, irritabilidad.
• Alegría: Diversión, euforia, gratificación, contentos, da una sensación de bienestar, de seguridad.
• Tristeza: Pena, soledad, pesimismo.
Tanto los sentimientos como las emociones se experimentan de forma particular, dependiendo de sus experiencias, aprendizajes, carácter y de la situación concreta.
Para la formación integral del individuo es necesario reconocer que tanto los sentimientos como las emociones son algo que está presente en la persona, que son reales y naturales. Una buena tarea para conocerse a sí mismo sería reflexionar constantemente acerca de qué sentimientos o emociones está experimentando, de tal manera que esto lo ayudará a identificar las necesidades que tiene satisfechas o no. El reconocimiento de los sentimientos en general crea conciencia de sí mismo, además de ayudar a que la relación con los demás se desarrolle con más facilidad.
Una buena relación con la familia, con tus compañeros, se da como producto de la comunicación que se tenga, de allí que además de compartir pensamientos, es fundamental expresar los sentimientos, ya que éstos transmiten variada información acerca de la persona.

ACTIVIDAD 5. CONCIENCIA MORAL

Contesta lo que se te solicita en la siguiente tabla:
Mi conciencia moral me dice que en la escuela debo:

















Mi conciencia moral me dice que en mis
relaciones familiares
debo:
Mi conciencia moral me dice que en mis
relaciones con mis
amigos debo
Mi conciencia moral me dice que en mis
relaciones con mi
comunidad debo:
Generalmente escucho la voz de mi conciencia, cuando hago:















Qué me hace sentir feliz:
Cuál es mi idea de buena vida:
Qué puedo hacer ahora para estar contento con mi vida y conciencia moral:


Conciencia Moral, Interioridad y Autoconciencia



La Conciencia Moral.
La conciencia moral se refiere a la capacidad del individuo de discernir entre el bien y el mal.
La conciencia moral nos permite actuar con libertad, en el sentido de que se hace conciencia de que no todas las alternativas de solución de una situación tienen el mismo valor o bien van a tener las mismas consecuencias.
La conciencia moral actúa como juez de nuestros actos; cuando la persona realiza un juicio de valor producto de ésta puede experimentar: sentimiento de culpa, arrepentimiento, remordimiento, satisfacción, tranquilidad, etcétera.
Al juzgar un acto humano, intervienen tres elementos:
• Objeto: Es hacia donde se dirige el acto libre y voluntario; qué es lo que quiere; es el contenido de la acción.
• Situación o circunstancias: Situado en un lugar, por una persona, en un tiempo, quién lo hace y qué condiciones acompañan al acto.
• Intención o fin: El motivo por el cual se efectúa el acto, la razón por la cual se actúa.
La interioridad y la autoconciencia.
Cuando se habla de la interioridad de la persona, se está refiriendo a lo más profundo del ser. Es experimentarse, reflexionar, distinguirse de los demás; es darse cuenta de las actividades, es hacer uso de la autoconciencia.
Por naturaleza propia el individuo posee lo que se denomina inteligencia emocional, y ésta precisamente comienza con la autoconciencia. Es importante señalar que la conciencia es la vigilancia o estado de alerta que tiene el individuo ante las situaciones que se le presentan en su medio ambiente.
La autoconciencia es una función compleja que lleva a cabo el individuo para conocerse a sí mismo, respecto a sus pensamientos, deseos, sentimientos o emociones, valoraciones, intenciones y acciones. Para que el sujeto comprenda cómo responder, comportarse, comunicarse en diversas situaciones. La autoconciencia es un ejercicio que le permite desarrollarse mejor en todas las áreas de la vida, especialmente en el estudio y el aprendizaje.
Si una persona tiene poco conocimiento de sí misma, ignorará sus propias debilidades y carecerá de la seguridad que brinda el tener una evaluación correcta de las propias fuerzas.
Las personas que tienen autoconciencia también pueden ser capaces de energizar a los demás, de comprometerse y confiar en quienes desarrollan una tarea con ellos.
La exterioridad y el sentido del deber.
El sentido del deber es la necesidad moral que cada individuo tiene de cumplir con sus propias obligaciones, la cuales se encuentran determinadas por el lugar que ocupa el hombre en la sociedad; esto llena de sentido la vida y el trabajo del individuo, además de proporcionar la más alta satisfacción a la conciencia.
Una persona responsable cumple con el deber que se le asignó y permanece fiel al objetivo. Las responsabilidades se llevan a cabo con integridad y con sentido del propósito.
Las circunstancias, necesidades y elecciones sitúan a las personas en situaciones y roles particulares.
Responsabilidad moral es aceptar lo que se requiere, honrar el papel que se ha confiado y llevarlo a cabo conscientemente, poniendo lo mejor de sí.
En la vida, el deber ser proviene de muchas fuentes previsibles e imprevisibles, e implica asociarse y participar, comprometerse y cooperar. La responsabilidad social y global requiere de todo lo antes mencionado, así como de la justicia, la humanidad y el respeto por los derechos de todos los seres humanos. Ello conlleva prestar atención especial para asegurar el beneficio de todos sin discriminación.
La facticidad moral.
La facticidad moral o el relativismo moral se plantea en el supuesto en el que el sistema de las normas morales de un grupo o de un pueblo sea distinto del sistema de las normas morales de otro grupo o de otro pueblo.
La facticidad o relativismo moral asume a menudo la forma de negación de que exista un único código moral con validez universal, y se expresa como la tesis de que la verdad moral y la justificación –si existen cosas semejantes en cierto modo relativas a factores culturales e históricamente contingentes.
Este relativismo moral normativo afirma que es erróneo juzgar a otras personas que tienen valores sustancialmente diferentes, o intentar que se adecuen a otros, en razón de que sus valores son tan válidos como los otros.

ACTIVIDAD 4. LECTURA DE LA CRÓNICA


Realiza la lectura de la crónica de Carlos Monsiváis sobre el terremoto del 19 de septiembre de 1985, a partir de la misma identifica mediante la elaboración de un escrito donde identificaras ampliamente los siguientes puntos:
1.- Cómo actuó el individuo frente al fenómeno que afectó a su comunidad.
2- Cuáles fueron los sentimientos que surgieron en los individuos para con la comunidad afectada.
3.- En qué aspectos del suceso se percibe la complementariedad del ser humano.
Envía el escrito por correo electrónico a 5 de tus compañeros y a tu asesor para ser evaluado.
                        Noticiero II. Los voluntarios.
En la mañana del 19 de septiembre, apenas transcurrida la primera oleada de pánico, la gente
interviene subsanando las limitaciones gubernamentales. Salen a flote las debilidades orgánicas del
gobierno, la primera de las cuales es su incapacidad de previsión. De cualquier modo, la violencia del sismo estan desmedida que todo lo rebasa. (El viernes 20 de septiembre, el Presidente de la República afirma en su
mensaje por televisión: “La verdad es que frente a un terremoto de esta magnitud, no contamos con los elementos suficientes para afrontar el siniestro con rapidez, con suficiencia”.) A las diez de la mañana, el licenciado Miguel de la Madrid hace un llamado al pueblo de México “para que todos hagan lo que tienen que hacer, que cuiden sus intereses y auxilien a sus semejantes. Que todos vayan a sus casas”. El jueves 19 y viernes 20 lo dicen los altos funcionarios y lo repiten cada tres minutos los locutores de radio y televisión: “No salgan de sus casas, quédense allí, ¿a qué van a los sitios del desastre? No contribuyan a la confusión. No se muevan”. Si se atiende al llamado, a la catástrofe la hubiesen reforzado las sensaciones generales de derrota. En lugar de esto, el impulso humanitario se convierte en decisión civil, y desoyendo la solicitud gubernamental de reclusión, la gente se aboca a las tareas de hormiga, aprovisiona albergues, organiza la ayuda, recompone considerablemente la fluidez citadina. Esto salva vidas, compensa psicológicamente a la población y hace posible la comprensión colectiva de los alcances de toda índole del terremoto, de otra manera dependiente en altísimo grado —en un país donde se lee tan poco — de las perversiones del rumor y de las argucias de la televisión privada y, en mucho menor medida, de la
televisión estatal. El reordenamiento citadino se da de modo inesperado. En barrios y en escuelas se forman
espontáneamente brigadas de adolescentes y jóvenes, en un insólito encuentro de clases. Chavos-banda y
estudiantes de la Universidad Anáhuac, jóvenes de las colonias populares y estudiantes de la UNAM y de la
Universidad Iberoamericana, se sumergen en las tareas de ayuda, aprovechan las instalaciones del CREA,
improvisan refugios y albergues. Los vecinos acordonan los sitios en ruinas y las amas de casa preparan comida, pero lo más inesperado y llamativo es la intervención de los jóvenes: dirigen el tránsito, toman medidas contra posibles saqueos, van de un lado a otro consiguiendo víveres, se apostan en el aeropuerto esperando la ayuda de afuera, contribuyen a la búsqueda de familiares y amigos. El voluntariado juvenil se consigue marros, palos, barretas, palas, “patas de cabra”, zapapicos. Hay demandas de herramientas y los particulares las compran en tlapalerías, las buscan en sus casas, las piden prestadas. Con uñas y dedos se cavan hoyos por donde sólo pasa el cuerpo. Un grito se extiende: “¡Aguanten! ¡Vamos por ustedes!” Aparecen los “topos”, la especie instantánea, que cavan en condiciones de extrema dificultad, extraen a los cuerpos en descomposición arrastrándose durante horas por pasillos improvisados, aprenden a cortar y usar el soplete, desprecian las reclamaciones de burgueses sólo ansiosos de rescatar sus cajas fuertes. Se llega a los lugares desorganizadamente, sin recursos, sin ideas de los métodos de salvamento, y mucho se resuelve sobre la marcha, y mucho no se resuelve jamás. ¿Qué hace falta en este edificio? Cuerdas, cinceles, palas, cubetas, gatos hidráulicos, linternas, martillos de carpintero, desarmadores. Hay que ver en la oscuridad. Consíganse tapabocas en las farmacias, empápense en vinagre paliacates. Una prevención constante: “No prendan cerillos, no fumen”. Se instalan donde se puede puestos de socorro, las enfermeras improvisadas se convierten en psicólogas, miles de médicos se ofrecen como voluntarios.
El trabajo es incesante, entre órdenes y contraórdenes, gritos de desesperación, solicitaciones (“un voluntario
delgadito por aquí”), pleitos con los soldados que vigilan los cordones, llanto y desesperación de familiares que esperan sin moverse días enteros. En algunos sitios hay batallas al extraer los cuerpos por los que se paga recompensa (algunas familias ofrecen medio millón o un millón de pesos por la extracción de un cuerpo). Hay saqueos pero en el conjunto la rapiña es un hecho menor.
Crónica II. La devoción por la vida
Así sean muy semejantes, los relatos de los voluntarios transparentan la benéfica diversidad —inesperada— de grupos sociales y tipos humanos unidos por el aprecio a la vida. Antes del 19 de septiembre, la frase anterior se habría calificado de “retórica”; en las semanas del terremoto, su solidez deriva de hazañas, resistencia cívica, movilizaciones, la angustia del rescate convertida en parábola humanista. El dolor personal y social, la tristeza ante los muertos y las tragedias, la indignación ante la corrupción de siglos y el saqueo cotidiano, se despliegan en
medio de un paisaje insólito, el de la ayuda desinteresada.
      Desde la mañana del 19 de septiembre, los voluntarios hacen de la solidaridad un arma óptima de
creación de nuevos espacios civiles. Un esfuerzo sin precedentes (en un momento dado, más de un millón de personas empeñadas, en distintos niveles, en labores de rescate y organización ciudadana) es acción épica ciertamente, y es un catálogo de demandas presentadas con la mayor dignidad.
Urgen ya en las ciudades organizaciones autónomas, democratización, políticas a largo plazo, proyectos de
racionalidad administrativa.
Durante un breve periodo, la sociedad se torna comunidad, y esto, con los escepticismos y decepciones adjuntas, ya es un hecho definitivo. Si, necesariamente, tal vehemencia se disuelve en un periodo breve, las lecciones perduran.
La primera y más decisiva respuesta al terremoto es de índole moral. Forzosa y compulsivamente, el instinto de continuidad se fragmenta en decenas de miles de acciones, avivadas por el deseo del rescate, del atenuamiento de la violencia natural, de la puntualidad del individuo que acompaña en su desesperación a las multitudes.
Provista de un notable sentido del deber, una nueva generación se incorpora a las tareas urbanas. Son
estudiantes universitarios y obreros, desempleados y alumnos de los Colegios de Bachilleres, de las preparatorias,
de los Colegios de Ciencias y Humanidades, de las Vocacionales, de las escuelas técnicas. Han crecido
sometidos al consumismo, a la inhabilitación ciudadana, al reduccionismo de las visiones ideológicas que ven en la juventud un campo del domesticamiento y la banalidad. Se les ofrece de pronto una elección moral y la
asumen, una oportunidad de acción organizada y la aprovechan. No se consideran héroes, pero se sienten
incorporados al heroísmo de la tribu, del barrio, de la banda, del grupo espontáneamente formado, de la ciudad política y civil. Salvar vidas, prestar auxilio, darle a la ayuda la forma de una presencia constante, insomne. El imperativo ético encarna de modos inesperados y vigorosos. En apenas cuatro o cinco horas, se conforma una “sociedad de los escombros” que, angustiada y generosa, no se somete a las dilaciones burocráticas, guiada en su invención fulgurante de técnicas por la obsesión de hurtarle vidas a la catástrofe. Los contingentes desesperados se vuelven un asomo (vigorosísimo) de sociedad civil al descubrirse las potencialidades de las (el orden de la ciudad garantizado y más de 1 500 vidas salvadas). Cada persona que se extrae de los túneles y los hoyos es epopeya compartida unánimemente. Nunca en la capital han sucedido fenómenos tan dramáticos ni respuestas tan emocionadas. Al resistir las órdenes de parálisis contemplativa, al hacer de la “desobediencia civil” el motor de la acción, las decenas de miles de voluntarios algo y mucho expresan a lo largo de días y noches en vela: la solidaridad es también urgencia de participación en los asuntos de todos. Lo primero es domeñar las sensaciones de horror y de impotencia, abrazar difuntos a lo largo de los corredores que conducen a la salida, juntar brazos y piernas desperdigados, ver morir a quienes ya nadie puede auxiliar, oír historias estremecedoras y asimilarlas desde la compasión y la ayuda activa. En los túneles improvisados, el topo se despoja de tapabocas o de mascarillas con tal de oler y localizar a los muertos, atiende con cuidado a los cadáveres para que no se deshagan. Parte de la eficacia deriva del respeto a la vida y del respeto a los cuerpos, que deben ser entregados a las familias, que deben protegerse de las precipitaciones de los conductores de bulldozers. El voluntario domeña el miedo, lo distribuye convenientemente entre las sensaciones de su nueva conciencia laboral. El voluntario pertenece de lleno a su grupo o brigada, desde el casco y la banda adhesiva, desde la indiferencia ante el cansancio y la pérdida de sueño. Luego de medio siglo de ausencia, aparecen en la capital los ciudadanos, los portadores de derechos y deberes. Enlazados por formas organizativas antiguas y novedosas, vecinos y brigadas se consideran a sí mismos “mexicanos preocupados por otros semejantes”, nacionalistas humanitarios, cristianos fuera de los templos, o simplemente vecinos que saben responder-a-lahora- buena.
  Gracias a esto, se crean sobre la marcha instancias organizativas que trascienden, por el vigor de las circunstancias, a instituciones oficiales, a partidos políticos, a la Iglesia y a la gran mayoría de los grupos existentes. La súbita revelación de estas capacidades individuales y sociales modifica ética y cívicamente a la capital en franca oposición a las leyes que divulga (creyéndolas) el Estado paternalista que nunca reconoce la mayoría de edad de sus pupilos.
Tomado de Cuadernos Políticos, número 45, México, D.F., ed. Era, enero-marzo de 1986, pp. 11-24.
Carlos Monsiváis
El día del derrumbe y las semanas de la comunidad
(De noticieros y de crónicas)        
   Después del terremoto de México, del 19 de setiembre de 1985, el periodista y escritor Carlos Monsiváis escribió una crónica:
...”En respuesta ante las víctimas, la ciudad de México conoció una toma de poderes de las más nobles de su historia, que trascendió con mucho los límites de la mera solidaridad, la conversión de un pueblo en gobierno y del desorden oficial en orden civil. Democracia puede ser, también, la importanci súbita de cadapersona”.